Todo
empezó a finales del año 2000. Llevaba tiempo queriendo sentarme
para plasmar todo un marasmo de reflexiones que había ido haciendo
mentalmente a lo largo de los años sobre los llamados fenómenos
paranormales. Películas, series, revistas, presuntas experiencias de
un amigo, de un vecino, del amigo de un amigo; programas de radio, de
televisión...
Desde la adolescencia y a través de estos canales, me había llegado un tipo de información tan inusual como sugerente que nunca fui capaz de digerir o desestimar por completo. Volviendo la vista atrás entiendo por qué siempre me han llamado la atención ese tipo de temas. De un lado por el halo de misterio que los envuelve, al sugerir la posible existencia de realidades que están ahí y nos afectan a todos, aunque no seamos capaces de percibirlas o entenderlas. De otro, porque la falta de estrategias (disciplinas o ciencias) que las hagan aprehensibles en su totalidad, no elimina mis ganas de obtener respuestas.
Desde la adolescencia y a través de estos canales, me había llegado un tipo de información tan inusual como sugerente que nunca fui capaz de digerir o desestimar por completo. Volviendo la vista atrás entiendo por qué siempre me han llamado la atención ese tipo de temas. De un lado por el halo de misterio que los envuelve, al sugerir la posible existencia de realidades que están ahí y nos afectan a todos, aunque no seamos capaces de percibirlas o entenderlas. De otro, porque la falta de estrategias (disciplinas o ciencias) que las hagan aprehensibles en su totalidad, no elimina mis ganas de obtener respuestas.
Mis
propias dudas me incitaban a pulir esas ideas que pululaban por mi
cabeza. No aspiraba a cuadrar el círculo, pero tampoco quería
hacerlo por gusto. Mi intención era crear una historia sólida,
profunda, llena de matices, tan creíble como increíble. La obra o
lo que fuera debía ser un vehículo para compartir mis pensamientos,
entretener, hacer soñar, motivar y con mucha, mucha suerte,
desperezar alguna que otra mente (incluida la mía, para qué nos
vamos a engañar).
Los
objetivos estaban más o menos claros. No así la forma de
alcanzarlos. Tenía muchas ganas de ponerme a ello, pero el comienzo
no fue nada fácil. El problema es que empecé a escribir sin haber
elegido el argumento principal. Cosas de novatos. Por suerte, al cabo
de unos pocos días me vi enfocado en los extraterrestres y el fenómeno OVNI (Objetos
Voladores No Identificados -sé que la duda ofende, pero entiéndeme-). Tampoco me planteé de entrada la extensión que
tendría el texto o si el esfuerzo merecería la pena. Sólo quería
escribir, ponerme a prueba y compartir el resultado con el mundo.
La
ausencia de una temática clara fue algo que se solucionó al cabo de
los días. Sin embargo, hubo dos cuestiones que me limitaron durante
mucho tiempo. Primero porque confundí la creatividad con ausencia de
planificación y orden. Segundo porque la ocasión de
sentarme a escribir se presentó sin avisar. Estaba a punto de
terminar la carrera cuando una operación me obligó a guardar reposo
durante mes y medio. Si en vez de eso hubiera empezado en un momento
de inspiración, todo habría sido mucho más fluido. Pero no lo fue.
Durante los años 2000 y 2001 me vi cambiando una y otra vez las escenas, los personajes, los argumentos
secundarios, algo que en cierto modo fue una constante durante todo
el proceso. Hoy día, de cara a escribir la segunda entrega, sé lo
importante que es realizar anotaciones e índices para cualquier
aspecto, tener un esquema general con las tramas, subtramas, escenas,
personajes, lugares y capítulos, antes de empezar a escribir. En
resumidas cuentas: hay que planificar al máximo.
A ello deberá unirse un índice de todo lo habido y por haber, de manera que el autor pueda navegar con rapidez por la obra, hacer consultas, contrastar posibles datos contradictorios, etc. Yo pensaba que la inspiración era algo libre, totalmente opuesto al orden. ¡Qué equivocado estaba! De hecho, he tardado más de diez años en comprender algo sobre la inspiración: es tan importante saber aprovecharla para planificar como para escribir. El proceso creativo es algo concreto, no un cúmulo de impulsos.
En
el caos de la primera versión también influyó la imposibilidad de
centrarme exclusivamente en la novela. Tras aquel primer mes y medio
de trabajo diario podían pasar semanas entre cada sentada. Para
cuando terminé de escribir (principios de 2005), no sólo había
perdido la media ilusión inicial. Mucho peor: al revisar el texto
por enésima vez, sentí auténtica vergüenza.
El amigo al que se la enseñé todavía me dice que a ver cuándo tiene tiempo de empezar a leerla. No lo culpo. Mi novia fue la única persona que la leyó. Por más que le pregunté para cerciorarme, la respuesta siempre fue la misma: sí, me ha gustado. Todo menos el final. Yo por mi parte no estaba nada contento ni con el final, ni con el principio, ni con la mitad demi novela de ciencia ficción.
El amigo al que se la enseñé todavía me dice que a ver cuándo tiene tiempo de empezar a leerla. No lo culpo. Mi novia fue la única persona que la leyó. Por más que le pregunté para cerciorarme, la respuesta siempre fue la misma: sí, me ha gustado. Todo menos el final. Yo por mi parte no estaba nada contento ni con el final, ni con el principio, ni con la mitad demi novela de ciencia ficción.
Todo había salido de mi mente, de la punta de mis
dedos. Y aún así no estaba contento. La realidad es a veces tan, tan cruda... Estaba
a años luz de conseguir la historia impactante que quise crear desde
el principio. Tenía que cambiar demasiadas cosas, pero en
aquel momento estaba tan frustrado que no era capaz de ponerme a ello. Como resultado, la Séptima Fase estuvo durmiendo el
sueño de los justos hasta el año 2008.
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