Compramos
un libro electrónico porque nos seduce el género y consideramos
que su contenido es lo que necesitamos en ese preciso instante. Cada
autor es un mundo. Cada lector es diez mundos en uno.
Internet ha recogido el guante de tantas y tantas personas que se autoeditan, encargan cincuenta o cien copias de sus obras y las venden una a una. Las tiendas virtuales que no ofrecen servicio de revisión o corrección, que de hecho no se preocupan de ello, sólo se han sumado a un fenómeno existente en el mundo físico. La magnitud es llamativa pero engañosa.
A
mi modo de ver, las dos grandes novedades que ofrece el ámbito
electrónico es la posibilidad de publicar e incluso publicitar de
manera gratuita (en dinero, que no en tiempo y esfuerzo). Es cierto
que poner una obra a la venta a nivel mundial es un punto importante,
pero si tenemos en cuenta que la red es de por sí mundial, quizás
no tenga mucho sentido destacar eso.
Esto
en cuanto a las bondades. En la cara opuesta tenemos sobre todo un
mercado que todavía apenas se ha desarrollado en España y tantos
otros países. Y no. La distribución ilegal de libros electrónicos
tampoco es una novedad. Sólo es una consecuencia de los vicios de
internet.
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